"I hate to go to bed, I hate to get up and I hate to be alone"

viernes, 1 de julio de 2011

Memorias de la nieve

casi todos los agostos mi papá nos llevaba a esquiar. la mayoría de las veces a bariloche, pero también a chapelco y a mis hermanos a esquel y las leñas. era la semana que mi mamá se tomaba para descansar y la única en la que él ejercía la paternidad las 24 horas. la semana en la que nos cocinaba, nos tenía que comprar ropa, cuidar, escuchar pelear y pedir.

a veces no ibamos los 5, era medio aleatorio. una vez fui solo con mi hermana, otra con mi hermano del medio. otras los cuatro sin mi hermana que ya era grande y no estaba para compartir auto con cuatro monos.

hasta último momento no sabíamos nunca si íbamos a salir. en algún momento lo conté, era un número que a mi papá le encantaba repetir antes de cada viaje. teníamos que estar todos en vilo -pobre mamá- con los bolsos y mochilas a medio armar a la espera de una definición, un gesto, un sí. y cuando la afirmación llegaba había que poder salir en media hora. el que no estaba listo, se quedaba. mi papá llegaba del Banco a la tarde, listo para hacerse un viaje de 18 horas sin dormir (esta particularidad paterna, la de no poder -no querer- pensar más allá del día de hoy, es algo que me toco heredar, es irritante para el projimo y en especial para mi marido, que lo padece cada vez que intenta programar algo conmigo).

bueno. el viaje era un tirón agotador, frenético, apenas matizado por la música que nos llevabamos: me acuedo de un vez en la que estabamos locos con Rem, cuando salió losing my religion. era la época en que se iba a más de 150 km -una vez puso la subaru a 200 en la ruta del desierto-. yo ya era miedosa y le tenía terror a la velocidad y a que se durmiera, así que me quedaba despierta toda la noche mientras pasabamos por lugares como chacharramendi, choele choel, guaminí. me sentaba siempre en el asiento de atrás, en diagonal a él, para poder mirar si cabeceaba, si bostezaba.

una vez que viajamos sólo mi papá, mi hermana y yo (tendría 8 años y mi hermana 15) llegamos a bariloche de madrugada. nuestro departamento estaba en el cerro catedral y había habido una nevada increible. mientras subíamos, el auto se quedó, faltarían tal vez unos 500 metros de ascenso. mi papá nos hizo ir a pedir ayuda, así que subimos solas, a las 3 de la mañana, en medio de ese olor a hielo y a frío, que te cachetea y es tan lindo y que hasta hoy me gusta. ah, para esa época ya había visto El resplandor así que el terror también era un factor importante en eso de sentirme tan viva esa noche, supongo.

otra noche, eramos todos ya más grandes, llegamos tarde, pero no tanto como para no cenar. mi papá después de manejar 1600 km estaba en un estado semi cataléptico, que le alcanzó apenas para darse una ducha caliente y caer sin reacción en una de las camas. nosotros -estabamos los 5-, después de horas de ayuno forzoso, teníamos hambre. muchísima. me acuerdo que nos fuimos a La Raclette, uno de los restaurantes del hotel y nos pedimos quesos, carnes, comimos bien y todo lo que queríamos y lo cargamos a su cuenta. creo que al otro día nos hubiera linchado, pero se contuvo.

porque esa era otras de las cosas que tenía. nos llevaba a esquiar todos los años, parábamos en uno de los mejores hoteles, se iba con sus esquís salomon pro (era el único que tenía), su linda campera, todo su equipo, y nosotros atrás de él ibamos en fila como una pequeña comitiva zaparrastrosa, los oliver twist del catedral. para empezar: no teníamos guantes (hoy le sacarían la tenencia), no sé, 5 grados bajo cero y nosotros esquiabamos sin guantes. nos calzaba unos enteritos de tirabolas, horrosos, 3 talles más grandes o 3 más chicos, con pitucones, las camperas igual de feas. además, como en la entrada al italpark o al interama, nos hacía decir que teníamos 8 si teníamos 10 para conseguir un pase más barato.

cuando tenía 14 o 15 años me planté -me lo recuerda hasta hoy- porque no soportaba más el disfraz que quería que me pusiera. estuve todo el día y la noche del viaje de ida pidiendole que por favor me comprara unas calzas que estaban de moda a mediados de los ´90, porfa pa, porfa porfa porfa. fue una de las pocas veces que pude ganarle: llegamos a Bariloche y elegí en un local del centro unas calzas abrigadas, fucsias, bien chillonas, que guardo en el cajón hasta hoy como símbolo de mi pequeño triunfo. supongo que verme con esas calzas faroleras le daba muchísima verguenza -o no, en realidad no sé- de cualquier manera se lo bancó.

durante esa semana salíamos algunas veces a comer, pero la mayoría de los días nos cocinaba. me acuerdo de una ensalada de fideos que hacía con atún, que es algo que mi mamá jamás preparaba, de huevos fritos que le salían perfectos con capa rosada, de fideos de nuevo: era el plato de la semana. no podíamos aspirar a ir a los refugios caros de la montaña o a los restaurantes de la base, estaba vedado para nosotros.

de cualqueir manera aprendimos a esquiar, y uno de mis hermanos, Nacho, de manera impecable. yo iba más a boludear que a otra cosa, a mirar famosos y a sentarme cada rato a tomar el sol. alguna vez de la semana seguro que me largaba a llorar, en medio de un gran acting, del tipo papá porqué me trajiste a esta pista negra, no es para mí, hay bumps, hay hielo, no es para mí. Hace cuña Cecilia! Hace cuña!, me gritaba. y si se cansaba se iba a la mierda y me dejaba tirada. De alguna manera terminaba bajando.

Nos divertíamos bastante.